DIES IRAE (Parte 1)

I.

Manuel Lacasa abandona el cubículo que, a modo de despacho multiusos, ha montado la Universidad con un módulo prefabricado en el exterior del Monasterio de Sijena. Pasa junto a los urinarios portátiles, que cargan el ambiente que envuelve el barracón de vestuarios y el más amplio del comedor, y accede al interior del patio, camino de la portada de la iglesia.

—¿Qué te ha dicho?

Lucía deja de limpiar el tercero de los capiteles que forman la jamba derecha para comprobar la reacción de su compañero de equipo.

—Me ha ascendido.

—¿Que te ha ascendido? —La chica expresa de modo exagerado su sorpresa.

—Lo que te digo: paso a ser supervisor de entrada y cierre, tal cual.

—Lo que significa que…

—Me ocupo de abrir cada mañana y activar la alarma cada tarde, literalmente.

—Pues parece que se te acabó aparecer pasadas las diez o largarte con cualquier excusa.

Lacasa sube al andamio, toma el pincel y continúa limpiando el primero de los catorce arcos que componen la portada, justo por donde lo dejó, a treinta centímetros de la zona central.

—A ver, Manu, que tampoco has hecho por disimular y esto se veía venir.

—Lucía, no quiero hablar del tema.

—Pues no querrás hablar, pero ya te digo que en el comedor va a ser el tema central entre bocado y bocado.

Manuel llega a la clave y el movimiento brusco con el que desahoga su tensión descubre una palabra grabada que permanecía oculta bajo las capas de suciedad y tiempo. Recorre con el dedo índice cada una de las letras hasta el final: PIGRITIA, pereza en latín.

—Además, considera que el equipo ya está más que harto de terminar lo que dejas por hacer. Ayer mismo Pepo tuvo que descargar solo todo el equipo que Manrique os había asignado.

—Ya.

—Manu, ¿ves? Pasas de todo. No me haces caso cuando te digo que andes con cuidado.

Lacasa se asoma por encima de la barandilla de seguridad.

—Ayer no decías eso precisamente.

—Cállate, por favor.

La joven se gira hacia la columna que la tiene ocupada en un intento de ocultar el bochorno que le sube desde el estómago y le estalla en el rostro.

—No te preocupes, que tu novio está muy entretenido con su tesis.

Ella no responde y Manuel deja caer el pincel sobre la plataforma metálica y desciende por la trampilla.

—¿Ya estás cansado?

—¡Vete un poco a la mierda!

El joven se dirige hacia el comedor. De camino observa al resto del equipo, dos chicas y seis chicos que descargan una furgoneta. Alguien lo saluda con la mano y Manuel responde levantando el dedo corazón, que desde su perspectiva juega a alinear con uno de los cipreses.

—Cabrones.

El interior del comedor está fresco gracias al aparato de aire acondicionado, que no deja de funcionar gracias al generador de gasoil. Es el doble de amplio que el despacho y el vestuario. Sobre las dos mesas quedan restos del desayuno que nadie ha querido recoger. Manuel abre el frigorífico y coge una botella de zumo que tiene escrito sobre la etiqueta el nombre de Lucía, con caligrafía redonda. Desenrosca el tapón, da dos tragos largos y comprueba el nivel del líquido. Después abre un táper que pertenece a Cándido y acerca la nariz hasta casi rozar su contenido. No le convence, escupe y devuelve el envase al estante. Abre el congelador y coge dos helados.

—¿Descansando ya?

José Manrique acaba de entrar por la puerta, mientras enjuga el sudor de su calva redonda con un pañuelo blanco de algodón. Lacasa no se acostumbra a verlo sin la corbata y la chaqueta de doctor en Historia y director de departamento.

—Solo he venido a por un helado para Lucía; lleva un par de horas a pleno sol.

—Estupendo. El otro imagino que es para ti.

Manrique se dirige a la máquina de café, toma una de las tazas de la pirámide que dejó preparada la tarde anterior el servicio de catering y limpia con una servilleta el interior.

—Sí, es para mí.

—Estupendo, Lacasa. Por cierto, no olvides llevar siempre encima el juego de llaves que te he dado y el número de la alarma; ya sabes que un ascenso es siempre una gran responsabilidad.

—Ya me siento como Peter Parker.

—¿Cómo dices?

Manuel no responde, sale al exterior y abre el envoltorio de ambos helados, que lame alternativamente hasta que se cansa y los arroja lejos, bajo la sombra de los cipreses que bordean la tapia. Desanda el camino hasta entrar de nuevo en el recinto donde hormiguea el equipo, llevando los últimos tablones y trayendo cansancio y sudor de agosto.

Lucía ya está terminando la sexta columna, esta sin capitel, limpia y estilizada en su sencillez. Se esmera la joven en algunas zonas de la piedra que el tiempo ha mordido.

—¿Ya de vuelta?

El joven no responde, sube a la plataforma, recoge el pincel y continúa su trabajo monótono hasta que llega a la clave del segundo arco, donde descubre bajo la capa de suciedad una nueva inscripción: GULA.

—Manolo, baja. Pepo nos llama, parece que necesita ayuda con la furgoneta.

—Joder, que acabo de subir.

—No me reniegues, que es peor.

La joven se pone en marcha y él se la queda mirando, remolón.

—Deja de mirar y baja ya, tonto.

II

El doctor en Arqueología José Manrique Malpartida sonríe al ver a Lacasa sobre el andamio. Son las ocho de la mañana y va por la mitad del tercer arco. Parece que el castigo encubierto que le impuso ayer ha dado resultado. Por su estómago pasa el acercarse a la portada de la iglesia para untar su victoria sobre el rostro del pupilo díscolo, pero su sentido común le retiene las ganas, para recordarle que es mejor no hollar la herida de quien es caprichoso e impredecible por naturaleza. Conoce a Manuel desde hace dos años y sabe que, si está allí, no es por su pasión por la conservación del patrimonio, sino por su innegable inclinación hacia Lucía Gracia, la novia de Ernesto Francia, el compañero de piso desde el segundo año de carrera.

En cierta ocasión los descubrió besándose tras el recodo del pasillo del departamento, a menos de cinco metros del despacho donde el amigo y el novio estaban reunidos con su director de tesis. Por su mente pasó el impulso de descubrir a Ernesto, prometedor doctor en epigrafía, las sombras chinescas que le rondaban la espalda, pero se convenció de que la manzana, cuando se pudre, cae sola; no hace falta ayudarla.

···

Bajo la arcada, Manuel concluye el cuarto arco y anota en el informe de trabajo: «El estado de conservación del tercer y cuarto arcos presenta un grave deterioro en algunas zonas centrales, donde se aprecian pequeñas fisuras en la superficie, presuntamente ocasionadas por los cambios bruscos de temperatura. Se han limpiado las claves centrales y, al igual que en las pertenecientes a los dos primeros arcos, se ha descubierto bajo la sedimentación unas inscripciones de tipos capitales; en el tercer arco, la palabra LASCIVIA y en el cuarto, PRODITIO, lujuria y traición respectivamente. Junto con las primeras, pereza y gula, parece que se trata de una posible lista de pecados capitales cristianos, aunque la traición no se encuentra en el canon original». Sabe que Remedios, la estirada subdirectora del proyecto de restauración, subrayará lo poco técnico del informe, pero, para cuando lo esté leyendo, él ya habrá acabado su periodo de pertenencia en el departamento y poco le importará lo que pueda llegar a comentar desde la cima de sus tacones imposibles.

—¿Vienes a tomar un refresco? —le interrumpe Lucía, que ha terminado toda la jamba.

—No necesitas decírmelo dos veces —responde, dejándose llevar por la sonrisa melosa de la chica.

Mantienen, mientras se encaminan al comedor, el juego de siempre. Insinuaciones escondidas bajo las que mecen el deseo inquieto que espera saltar en cualquier lugar escondido, a resguardo de miradas y susurros con aristas. Momentos íntimos, cada vez menos frecuentes, que se alternan con ataques de remordimiento por parte de ella, que la transforman en esquiva y arisca sin previo aviso.

Al cruzar el portón, a menos de veinte metros del módulo, les asalta la alarma que temen: Ernesto, el novio siempre presente y del que Lucía no quiere desprenderse porque hay cosas más importantes que la pasión. Él la espera junto a Manrique, que observa con curiosidad a los recién llegados en busca de algún detalle indiscreto que le dé luz sobre el estado de la cuestión; no porque quiera saber, sino más bien porque quiere adelantarse a un posible e indeseado conflicto. Hay mucha inversión en formación de mano de obra e investigación especializadas en juego.

—¿No me digas que has venido a hacerme una visita? —se adelanta la joven.

—Eso y algunos detalles que tenía que hablar con José. ¿Quieres que tomemos algo aquí o vayamos a Villanueva? —Se gira hacia Manrique—. ¿Podemos, profesor?

—No hay ningún inconveniente —responde Manrique, que ha podido apreciar un roce imprudente de dedos, entre Manuel y Lucía, apenas apreciable.

Una hora y diez minutos más tarde, Lacasa descubrirá en la clave del quinto arco la inscripción de INFIDELITAS, con parte de la S destrozada.

III

Manuel Lacasa y Ernesto Francia coincidieron desde el inicio del segundo curso de Historia en la misma habitación compartida de la misma residencia universitaria. Una coincidencia sin importancia, a menos que se considere que, de no haber sido así, las vidas de ambos, con toda probabilidad, hubieran tomado líneas divergentes, solo aproximadas —en el mejor de los casos— por un saludo blando de cortesía al entrar en el aula de la asignatura compartida.

Al año siguiente decidieron que la experiencia se podía prolongar sin las limitaciones que imponía la obligada normativa. El piso no era nada del otro mundo, pero la metódica disciplina personal de Ernesto mantenía las habitaciones limpias y ordenadas. Fue poco antes de los exámenes finales del tercer año de Historia cuando Manuel se encontró a Lucía en la cocina, untando dos tostadas con mantequilla. Su cuerpo bailaba dentro de la enorme camiseta de dormir de Ernesto.

—¿Recuerdas cómo nos conocimos?

La joven está repasando uno de los capiteles alternos.

—No me lo recuerdes, por favor.

—¿Por qué? No me digas que te arrepientes.

—No sabes cuánto.

—Pero morbo, lo que se dice morbo, sí que lo tuvo. Especialmente aquel día cuando teníamos a tu Ernestito en la habitación de al lado con fiebre.

—Que te calles, joder.

Manuel lo tuvo claro desde el principio, y no porque la novia de su compañero le pareciera la chica más guapa de la Facultad, sino más bien porque se trataba de una cuestión de principios. El señor perfecto, el niño estudioso que cualquier madre querría emparejado con su hija, no le iba a mojar a él la oreja. ¿No compartían taza de desayuno?

—Tampoco es para que te pongas así.

—No me digas cómo tengo que ponerme, imbécil.

Lucía le lanza el pincel y se aleja hacia el otro extremo del patio, donde la línea de cipreses coge de la mano al viejo muro.

Lacasa se encoge de hombros y regresa al trabajo y, como ya empieza a ser costumbre, encuentra bajo la pátina de tierra y polvo apelmazados dos nuevas inscripciones en la sexta y séptima claves: INVIDIA y PRAVITAS, envidia y maldad. «Definitivamente no son los pecados capitales», se dice.

IV

José Manrique no encuentra la Nikon D780 del departamento y, si hace unos días no le daba demasiada importancia, culpando a su incurable despiste el que, tal vez, la dejase en el lugar más improbable, ahora la alarma se le agarra a la garganta, no tanto por los más de tres mil euros de cuerpo y objetivo, sino por las más de cuatrocientas fotografías del edificio tomadas antes de comenzar los trabajos y que dejó en la tarjeta de memoria, confiando en que las descargaría más tarde. Trabajo perdido en la peor de las situaciones.

Desecha la idea de que alguno de los integrantes del equipo esté relacionado con la desaparición; los conoce desde hace dos años y han tenido acceso a equipos más caros y delicados que una simple cámara de fotos profesional. Tampoco desea, en su blanda bonhomía, volcar sospechas sobre el servicio de catering o en los operarios externos. En su tenue estructura moral se aferra a la infantil creencia rousoniana de que el hombre es bueno por naturaleza, más por comodidad y pereza que por verdadero convencimiento, por lo que tiende a culparse a sí mismo y a su pernicioso apego a la procrastinación, en un intento de penitencia que espera un deus ex machina que dibuje el final feliz.

···

Manuel Lacasa anota en el cuaderno el progreso de la mañana. El octavo y noveno arcos tienen deterioros serios en algunas zonas poco visibles desde la base de la portada; por otro lado, se han encontrado las inscripciones ya previsibles en las claves, SORDES y FURTUM, en esta ocasión. Su latín clásico se le queda corto y pregunta a Lucía, que está ocupada con el arcosolio donde ya no se encuentra el sarcófago de don Rodrigo de Lizana.

—Luci, cariño, ¿qué significa sordes y furtum en español?

Remedios no anda lejos y hace un mohín al escuchar las familiaridades que se toma Lacasa con la novia de Ernesto. Conoce la permanente protección del futuro doctor sobre Manuel, que, si por ella fuera, estaría fuera no solo de estos trabajos de restauración, sino de cualquier proyecto del departamento.

—Ruindad y robo —se adelanta a Lucía, que se sorprende por la presencia no esperada.

—No vuelvas a llamarme así, ni delante de gente ni a solas —susurra la joven, confirmando que la tutora de investigación de su novio está lo suficientemente lejos como para no oír su advertencia a Manuel, que anda distraído en su cuaderno de notas.

—¿Me estás escuchando?

Lacasa está haciendo recuento de las palabras que ha ido encontrando en los arcos de la portada: PIGRITIA, GULA, LASCIVIA, PRODITIO, INFIDELITAS, INVIDIA, PRAVITAS, SORDES y FURTUM, o lo que es lo mismo, pereza, gula, lujuria, mentira, infidelidad, envidia, maldad, ruindad y robo.

—¿Qué cojones es esto? —grita.

—Pero ¿qué te pasa ahora, por favor?

Lucía se ha girado y le clava una mirada cansada y dura.

—¿Sabes si alguien viene a mi puesto antes que yo?

—Pero si eres el primero que llega, imbécil.

© Liberato 2025

Imagen: Sora Ai

Soy Liberato Antonio Pérez Marín

Granada, 1964.
Como autor, firmé la novela Erres —finalista del Premio Nadal 2019— bajo el seudónimo Tomás Marín, en honor a mi abuelo materno. He sido finalista del Max Aub y ganador del V Premio Internacional de Narrativa «Ciudad de la Cruz», entre otros.
Me he dedicado a la enseñanza de la literatura en distintos niveles y he impartido análisis de texto y género de opinión para periodistas, muchos de los cuales están en ejercicio profesional y les sigo con interés.
Viajero por naturaleza, prefiero pasar desapercibido para observar: mis historias nacen de ese detalle que surge por azar y se convierte en revelación.
En este blog comparto relatos inéditos, fragmentos y reflexiones sobre el oficio de escribir, invitando siempre al diálogo literario con quien quiera asomarse.