Artículo de no ficción

La construcción de personajes en narrativa trasciende el gesto superficial de otorgarles un nombre, un aspecto o un pasado. Se trata, en realidad, de un proceso de sedimentación y de alquimia donde confluyen la psicología profunda, los arquetipos literarios y la arquitectura invisible del storytelling exigente. Un personaje que deja huella —uno de esos que, mucho después de cerrada la última página, sigue resonando en la memoria del lector— es el resultado de una arquitectura interna rigurosa, deliberada y, sobre todo, consciente.
El poder de los arquetipos literarios
Jung, en su laboratorio marginal al psicoanálisis ortodoxo, reformuló la manera en que concebimos la mente y, por extensión, el arte de crear personajes literarios. Su concepto de arquetipo —patrones universales y persistentes inscritos en el inconsciente colectivo— nos da acceso a esa matriz común sobre la que cada literatura erige su diferencia. El héroe, el mentor, la sombra, el embaucador… son, en efecto, puntos cardinales. Pero un arquetipo es apenas un germen: la tarea del escritor está en insuflarle vida, tensión y matiz.
El ejemplo de Andrea en Nada, de Carmen Laforet, resulta paradigmático: arquetipo del viajero enfrentado a un paisaje devastado, personaje que busca, que tropieza, que sobrevive entre las ruinas de la posguerra. La tía Angustias se alza como mentor ambiguo, figura en permanente ambivalencia entre la tutela y la coerción, y la sombra se filtra en la atmósfera opresiva y en los personajes desquiciados que pueblan la novela. Así, lo universal se disuelve en lo concreto.
De Jung a Campbell y Propp: Tres miradas sobre la estructura del personaje
Joseph Campbell —heredero y renovador de la intuición junguiana— articula el viaje del héroe en una secuencia reconocible: la llamada, el umbral, la prueba, la transformación, el regreso. Estructuras que atraviesan mitos y relatos y que, bien entendidas, no uniforman la literatura, sino que la dotan de respiración profunda.
En La invención de Morel, Bioy Casares somete a su protagonista a la intemperie de lo desconocido: el fugitivo avanza entre la pasión y la perplejidad, desafiando el límite entre lo real y lo ilusorio. Mientras, en Los girasoles ciegos de Alberto Méndez, el viaje es interior: personajes acorralados por la derrota que sólo pueden avanzar hacia sí mismos, impulsados por la culpa o por la mera obstinación de seguir vivos.
Por su parte, Vladímir Propp, desde la morfología del cuento, señala el hueso estructural de las narraciones universales. Su clasificación de funciones y personajes tipo —el héroe, el villano, el donante, el ayudante, la princesa, el falso héroe— es, en realidad, un mapa para identificar roles y transiciones, una herramienta quirúrgica para quienes aspiran a la precisión estructural en la novela o el relato.
Ejemplos de funciones de Propp en literatura menos transitada
Para huir del repertorio de ejemplos manidos, selecciono algunas funciones proppianas aplicadas a relatos y novelas contemporáneas:
- La ausencia: La desaparición de un personaje como detonante de la acción.
Soldados de Salamina, de Javier Cercas, articula todo su pulso narrativo a partir de la búsqueda —casi espectral— de Miralles, cuyo vacío propicia la investigación y la metamorfosis del narrador. - La prohibición y su transgresión: El cruce de una línea moral, cultural o personal.
En El entenado, de Saer, el joven protagonista ignora el mandato de distancia y se adentra en la otredad, en la barbarie, en la revelación. - Villanía o daño: El entorno hostil o el antagonista desencadenan la crisis inicial.
El exterminio del asentamiento español en El entenado funciona como una suerte de «prueba de fuego» que pone en juego la identidad y la supervivencia. - Partida del héroe: El abandono del espacio seguro.
En La lluvia amarilla de Llamazares, la partida de todos es, paradójicamente, lo que impulsa el viaje interior de Andrés, único resistente en un pueblo fantasma. - El donante y la prueba: El acceso a un conocimiento, una guía o una revelación tras superar la adversidad.
En La velocidad de la luz, de Cercas, la figura de Rodney Falk condensa esa función: no es sólo ayuda, sino espejo moral y catalizador de la transformación. - El combate: La confrontación decisiva —no necesariamente física— con el destino o el propio límite.
La familia de Pascual Duarte, de Cela, despliega el combate como batalla interna, como pulsión destructiva. - Resolución y regreso: El cierre o la asimilación de la experiencia.
En Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, el regreso es siempre al propio trauma: lo que importa no es la sanación, sino la supervivencia lúcida.
Estas funciones no solo iluminan la anatomía del relato, sino que permiten, desde la práctica, diseñar arcos de transformación potentes y relevantes.
Storytelling para escritores: De la teoría a la práctica
Humanizar el arquetipo exige abandonar la comodidad de la plantilla y abrazar la contradicción, el matiz, la fractura. Un personaje memorable es una suma de deseos no resueltos, de miedos apenas confesados y de heridas activas. Amanda, en Distancia de Rescate de Samanta Schweblin, se mueve entre la maternidad y el espanto, encarnando el arquetipo de la madre protectora desde el temblor y la inquietud.
Conviene entonces someter cada personaje a un interrogatorio implacable:
—¿Qué deseo irreductible lo mueve?
—¿Cuál es su mayor pérdida potencial?
—¿Qué mentira sostiene su equilibrio?
—¿Qué herida lo atraviesa en silencio?
Sólo así el entorno, la voz, el gesto y el silencio se convierten en las piezas de una construcción compleja, orgánica y, sobre todo, literaria.
Aplicación práctica en relatos y novelas
La integración meticulosa de arquetipos, viaje del héroe y funciones proppianas no es una concesión teórica, sino la base de un desarrollo de personajes de altura. Identificar, tensionar y transformar esos esquemas permite tejer historias vivas y resistentes al desgaste del tiempo.
Del arquetipo al matiz:
En Los detectives salvajes, de Bolaño, Lima y Belano trascienden el arquetipo del buscador: su errancia es huida, búsqueda fallida, construcción y destrucción simultánea del yo.
El arco de transformación:
El ruido de las cosas al caer, de Vásquez, narra la mutación de Antonio Yammara, testigo y víctima, hasta su confrontación final con la memoria y la violencia.
Relación y conflicto:
La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa, encarna el choque de generaciones y de éticas: Urania, que representa la lucidez tardía, frente a su padre, encarnación del poder corrompido.
Cohesión y resonancia:
En Rayuela, Cortázar dispone a Oliveira, La Maga, Traveler y compañía en una constelación cambiante: cada función se reescribe, pero el arquetipo sostiene el andamiaje invisible de la novela.
Ejercicio práctico para el autor
Te sugiero someter tu galería de personajes a este escrutinio doble:
- ¿Cuál es su arquetipo y función inicial, y en qué momento comienza la fisura?
- ¿De qué manera la historia de cada uno incide, rompe o potencia la estructura global?
- ¿Qué herida, qué obsesión y qué mentira particular los define?
- ¿Qué trayecto atraviesan y cómo esa travesía los transforma —o los destruye—?
Al integrar estos vectores desde la gestación misma de la novela, el resultado será inevitablemente más sólido, más verdadero, más susceptible de destacar y perdurar, incluso bajo la mirada crítica de cualquier jurado literario.
En síntesis:
La construcción de personajes no se resuelve en la aplicación de recetas, sino en la tensión constante entre la tradición y la voz singular, entre el molde y la fractura, entre la teoría y la escritura viva. Esa es, en última instancia, la vía para alcanzar el reconocimiento profesional y la memoria literaria.
© Liberato, 2025
Imagen: Sora AI

