Memorias de un profesor desmemoriado: Psicología con p

No estudié griego, no porque no tuviera curiosidad, sino porque el instituto donde estudié COU no lo tenía en el catálogo de las asignatura optativas. Éste es el motivo por el que no puedo confirmar el mohín de disgusto de mi profesor de lengua previo a la Universidad que insistía que psicología se escribe con «p» porque su etimología proviene de «psique», mientras que sicología deriva de «sycon» que en griego es «higo».

Sea con «p»o sin ella, Ramón , el coordinador de Montepío, me dio la primera lección de psicología aplicada a la vida que aún mantengo en mi manual de existencia urgente, no por autoridad, sino porque la he confirmado año tras año, sin excepción y sin variación, por mucho que haya quien intente rebatirme el principio.

Ramón, como creo que ya dije, era, y lo debe seguir siendo, de ese tipo de personas que emana un halo de autoridad perenne, como los cipreses. La clave radicaba, no sólo en que cuando pasaba cerca se te helara el brazo, sino en que cuando te miraba, de modo automático y no consciente, comenzaras a realizar una auditoría de cada una de tus acciones del día para detectar en qué momento te habías equivocado.

Si yo hubiera sido un alumno con el que se cruzara por un pasillo y Ramón me hubiera dicho «tienes un negativo», le hubiera dado las gracias, sin preguntar el motivo, en el convencimiento absoluto de que me lo merecería sin lugar a dudas, porque él sabría en qué me había equivocado tan sólo con mirarme a los ojos.

Tal vez fuese por su experiencia o por sus dotes de druida sin marmita, el caso es que detectó a la primera que yo pertenecía a ese grupo de profesores recién llegados que creen estar en posesión de una gran capacidad sicológica para redimir a los estudiantes díscolos. En el fondo es el error del amateur sin experiencia que piensa que a fuerza de «pura labia» y algo de un supuesto «sentido común» es capaz de cambiar al estudiante más díscolo o a reconducir al delincuente más pertinaz, repitiéndose el mantra de «yo puedo conseguir cualquier cosa en este mundo tan sólo deseándolo», porque, aunque Obama, años más tarde, consiguiera llegar a la Presidencia de Estados Unidos con su «yes we can», yo nunca sabría reparar una avería exterior en la Estación Internacional Espacial por mucho que me guste la ciencia ficción y mi sueño sea hacer paseos espaciales. ¡Y mira que me concentro en ellos cuando veo la luna!

El caso es que Ramón supo enseguida que había acogido bajo mi ala protectora a Nonete Peñarroya, un verraco de colmillos retorcidos capaz de convencer, en aquellos tiempos, a Alfonso Guerra de que se afiliara a Falange Española y de las JONS y, encima, le pagara por la asesoría.

El chico no malgastaba el tiempo de matemáticas o lengua, en aprender logaritmos o sintaxis, a él lo que le engrandecía era marchar a contracorriente en todo momento.

A Nonete lo descubrí una mañana cuando, regresando por el pasillo que llevaba a la sala de profesores, escuché el ruido del secador de manos en el servicio reservado para el personal docente y que siempre estaba bajo llave. Al abrir me encontré con un cuadro típico del Velázquez más costumbrista, si en lugar de retratar a dos pordioseros comiendo melón, hubiera pintado a aquel zangolotino escuálido, con un cigarro aprisionado entre los labios y acercando, desde la abertura inferior del aire, el extremo del pitillo a las resistencias incandescentes del secador.

– A ver, nene, ¿qué se supone que estás haciendo?

El alumno se giró. Tenía la cara enrojecida, el cigarrillo se le había caído al suelo y la mirada venía a expresar un «es que el mundo me ha hecho así». Un poco más de tiempo y soy yo quien le da fuego, pero tocó el timbre. Ése era su poder de convicción manipulador. Ya me lo dijo Ricardo cuando, examinándole de Geografía Económica de segundo de BUP, Peñarroya le pidió su propio bolígrafo para responder el ejercicio. Dos horas más tarde se lo devolvió convenientemente chupado en su extremo junto con el ejercicio, cuya única respuesta a la única pregunta de «La URSS. El sistema comunista. Resume los principios de esta sistema económico» fue un rotundo: «Me niego a responder por motivos ideológicos. ¡Arriba España!».

Ramón, coordinador del proyecto de tutorización, revisaba y controlaba las horas dedicadas a cada alumno, no por una intención «gestaporiana», sino por optimizar el tiempo y que éste fuera empleado de forma equitativa sin dejar a ningún estudiante con la atención necesaria. Así fue como finiquitó mi utopía de solucionar los problemas del mundo reconduciendo, no ya a una oveja descarriada, sino más bien a un lobo irredento.

– Muchas horas con Peñarroya.

– Sí, estoy haciendo muchos avances.

– Ya.

Ramón me miró con un escepticismo infinito, al fin y al cabo no hacía ni tres días que el mantenedor había descubierto a Nonete desinflando cada una de las ruedas del parque automovilístico docente.

– Bueno, es que ya sabes, adolescente con problemas de aceptar la autoridad en casa y que traslada su rebeldía al centro de estudio.

– Ya. Y Jack el Destripador solo hacía prácticas de autopsias con voluntarias.

Siempre me molestó la ironía y más si ponía en duda mis capacidades psicológicas con p.

– Mira, – me puso la mano en el hombro que rápidamente bajo por debajo de los 36 º – debes entender que ese empeño tuyo, muy quijote, de salvar al mundo no es por el bien del mundo, sino a mayor gloria de tu yo.

Supongo que la anestesia del frío ya me llegaba a las cuerdas vocales.

– Ese afán tuyo de solucionar la deriva de Peñarroya no es más que soberbia. Quieres ganar donde otros, mejores que tú, han fracasado.

Aquella afirmación me hizo reaccionar.

– Pero…

– Pero nada, Liberato. No hagas honor a tu nombre de liberador, porque sólo significa liberado. Ese chico solo busca perder el tiempo, salir de clase para contarte otra historia que la noche anterior se inventó de penurias, agobios, enfados y abrojos.

Me quedé con la vista fija en la estantería de madera que tenia a sus espaldas., apenas había libros, no porque Ramón no fuera un lector intenso sino porque, lo supe más tarde, procuraba no dejar su sello personal en ninguno de los despachos que ocupó por la sencilla razón de que sabía que estaba de paso en la vida.

– Peñarroya solo necesita tiempo, pero no del tuyo o el de cualquiera de los tutores, sino suyo.

– No entiendo.

– El chico necesita madurar y entender que no es especial, porque ese convencimiento solo engorda su necesidad de atención que ya no pide, sino que exige y, a estas alturas, de manera poco adecuada. Ten en cuenta que el tiempo que le dedicas se lo quitas a otros que necesitan tu guía y que por carácter no lo exigen. En definitiva, el ladrón de tiempo les roba los que es suyo y tú debes dar.

– ¿Entonces debo entender que Nonete es un caso perdido?

– No, no es un caso perdido, pero se le ha dado herramientas, que ya utilizará cuando él lo crea conveniente, de lo contario atentamos contra su voluntad y lo convertimos en una figura de plastilina que moldeamos a nuestro gusto y eso no es ético.

– Entiendo.

– ¡Ah! Y no lo olvides. La gente no cambia, mejora o empeora, pero nunca cambia. Quien nace golfo muere golfo, lo mejor que puede ocurrir es que no escore demasiado o a penas nada.

Entré sin p a aquel despacho y salí con p.

Liberato© 2020

Foto: Robert Doisneau

Soy Liberato Antonio Pérez Marín

Granada, 1964.
Como autor, firmé la novela Erres —finalista del Premio Nadal 2019— bajo el seudónimo Tomás Marín, en honor a mi abuelo materno. He sido finalista del Max Aub y ganador del V Premio Internacional de Narrativa «Ciudad de la Cruz», entre otros.
Me he dedicado a la enseñanza de la literatura en distintos niveles y he impartido análisis de texto y género de opinión para periodistas, muchos de los cuales están en ejercicio profesional y les sigo con interés.
Viajero por naturaleza, prefiero pasar desapercibido para observar: mis historias nacen de ese detalle que surge por azar y se convierte en revelación.
En este blog comparto relatos inéditos, fragmentos y reflexiones sobre el oficio de escribir, invitando siempre al diálogo literario con quien quiera asomarse.