
Foto: letraslibres.com
No recuerdo bien, aunque este detalle importa poco, si fue en 2004 o en 2006, el caso es que por entonces me encargué de la asignatura de Literatura periodística de una Escuela de Comunicación en la que andaba echando unas horas.
Lejos de embadurnar con teoría a los estudiantes, me empeñé en analizar a los maestros vivos. Saltaba de las columnas de Manuel Vicent a las de Francisco Umbral que me ofrecía material, más que suficiente, de trabajo.
Solía elegir el texto dos días antes de la clase y no sé si fue por urgencias o dejadez propia que me comí el tiempo y llegué a dos horas antes de entrar al aula sin una columna que llevarme a la boca.
Bajé a la cafetería cercana al centro, pedí un café solo y rebusqué en el primer periódico nacional que tenía al alcance, mea culpa, y lo encontré: David Gistau.
Como todos los buenos encuentros, fue inopinado.
La clase se desarrolló entre comentarios sobre la estructura del texto, el tratamiento de los recursos, la destreza del autor con el vocabulario, en definitiva, la profundidad cultural que se derramaba a cada línea.
Sin incoherencias, elaboración cuidada, casi de orfebre de la palabra, que a los aprendices de juntaletras casi les resulta mágico.
Aquella hora y media terminó como comenzó, con la convicción de que David Gistau escribía como los mismos ángeles.
Descanse en paz.
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