La Sociedad del Sandwich de Pepino y Salmón Ahumado

La Sociedad del Sandwich de Pepino y Salmón Ahumado

Breve metáfora política.

Como no debía ser de otra forma, Paca Capriani fundó la «Sociedad del Sandwich de Pepino y Salmón Ahumado» con el principal y casi único propósito de engordar su ego con el azúcar refinado que le proporcionaba el elogio sincero de sus más selectas amigas, por más señas, Lucía, Evita, Martina y Lucrecia.

Se reunían cada semana en el apartamento de seria divorciada sin hijos que la fundadora tenía en la parte alta de la ciudad. Una vez punteada la lista de asistencia, se daba inicio al orden del día, que Paca enviaba por correo electrónico a las integrantes de la Sociedad y que cuatro de ellas nunca llegaban a leer porque sus respectivos hijos siempre estaban adheridos al ordenador, a causa del último juego de moda en línea.

El primer punto siempre consistía en la degustación de la bandeja de sandwiches de pepino y salmón ahumado al más puro estilo británico. Una vez acabada la merienda, se pasaba al segundo que abría el turno de palabra para exponer cualquier propuesta de actividades; era el momento en el que una de las asistentes, siempre la misma, sugería: «¿qué tal si quedamos en mi casa la semana que viene? Prometo deleitaros con unos canapés de chorizo y morcilla de mi pueblo que quitan el sentido.» La fundadora hacía valer su jerarquía y, aceptando la propuesta de repetir el evento, giraba en redondo para reconducir la próxima sesión hacia su coqueto saloncito adornado de muñecas de porcelana, mientras masticaba para sus adentros un más que expresivo: «no, bonita, no.»

Para entonces, Paca había autorizado una cuota semanal para costear los sandwiches, en los que, si bien el pepino no era un producto prohibitivo, el salmón encarecía la merienda hasta niveles que una divorciada sin hijos no podía permitirse sin un aporte solidario, de modo que sumó el coste del pan de molde sin corteza, dos rodajas de pepino y una fina loncha de salmón ahumado, sin olvidar que el bote de mayonesa tenía para ciento diez sandwich él solito. Más, dividido, igual, y añadió un más que merecido euro por cabeza ya que al fin y al cabo ella tenía que salir, comprar y elaborar.

La fama de la «Sociedad del sandwich de pepino y salmón ahumado» se había extendido de tal manera que un periodista la llamó para proponer una entrevista en página impar. Para entonces el grupo ya contaba con cincuenta socias y el margen bruto por cada cuota había subido cinco euros por persona. Aquello iba viento en popa gracias a la oportuna cesión de un salón de té que Fulgencio Menestras le había adecentado en su casa de comidas y cedido a coste cero. El pobre hombre pensaba que con aquel interesado acto de generosidad ganaba los puntos necesarios para conseguir vencer la resistencia emocional de su antigua cuñada.

No faltó quien, una vez admitida, quisiera sacar su tajadita en aquella sociedad selecta, intentando vender a las socias los productos del concesionario de su marido, al fin y al cabo ¿quién se resiste a un buen todoterreno de diesel demonizado? Sin embargo, la fundadora, rápida como competente vampiro, recordaba que «aquí no se viene a hacer negocio», y cerraba la caja de todas las que tenían alguna aspiración.

Ya por entonces alguien cayó en la cuenta de que, a pesar de ver incrementada una vez más la cuota en tres euros, las rodajas de pepino se habían reducido a una, el pan de molde dejaba rastros de haber tenido corteza apartada sin la adecuada precisión y se albergaban serias sospechas de que había más palometa que salmón en aquellos sandwiches. Aún así, nadie protestaba porque sabían que la fundadora tomaba buena cuenta de los aplausos y enhorabuenas, ya no tan sinceras, y todas estaban deseando ser admitidas en el selecto grupo de vip en el que Paca les permitía susurrar intimidades de aquellas que se encontraban en el exterior de ese núcleo duro, sin que se considerara murmuración a tal actividad, más bien intercambio de conocimiento.

Fue la tarde posterior a la entrevista, cuando Maruja Cienfuegos levantó la mano afilada, casi de niña, y una vez concedida la palabra se puso en pie: «Tengo una pregunta a tenor de tus respuesta al periodista de La Verdad.» Paca sonrió endulzada por el azúcar de caña que le daban las enhorabuenas de sus acólitas por sus acertadas puntualizaciones al periódico. «Claro que sí, dime.» «Cuando le hablaste de la Sociedad al pumilla le dijiste que hacemos muchas actividades, que este grupo era el lugar perfecto para dar a conocer todo nuestro potencial, pero salvo comer sandwiches de pepino y salmón ahumado, y por supuesto pagar religiosamente una cuota que, según mis cálculos, costean las meriendas, no solo de cuatro tardes sino de cuatro meses, no hacemos nada más; y necesito saber qué vamos a hacer con lo que creo que debe estar acumulado en la caja, porque me da la impresión de que da par varias excursiones con todos los gastos pagados.»

A Paca el sudor le bajaba por la espalda, costumbre muy oportuna que la ayudaba a no delatar su estado de nerviosismo. «Todo se andará, todo se andará. – Comentó con aire sacerdotal. – El comité directivo está planeando grandes actividades.» «Perdona, – interrumpió Maruja Cienfuegos, – ¿qué comité, si solo estás tú al frente de la Sociedad?»

El correo electrónico entró desafiante en la bandeja de entrada de Maruja; en él se le informaba de la decisión tomada por el comité directivo de la Sociedad de prescindir de su presencia, por incendiaria, y tachada de persona non grata por el mal ambiente creado con su crítica injusta.

No pasaron dos semanas, cuando Maruja se topó de bruces a Lucrecia Mírame que le confirmó el ostracismo en que la había sido sumergido la Sociedad del sandwich y el salmón ahumado y el mayúsculo enfado de la propia Lucrecia puesto que su baja había ocasionado la nefasta consecuencia de un aumento en cinco euros más de la cuota semanal, la décimo novena en lo que va de año.

Maruja Cienfuegos dejó plantada a la iracunda y buscó una cafetería para pedir un sandwich de pepino y salmón completo. «¿Le ponemos huevo duro como en la película de los hermanos Marx, señora?» Preguntó la camarera. «Por supuesto.»

Liberato © 2019

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Soy Liberato Antonio Pérez Marín

Granada, 1964.
Como autor, firmé la novela Erres —finalista del Premio Nadal 2019— bajo el seudónimo Tomás Marín, en honor a mi abuelo materno. He sido finalista del Max Aub y ganador del V Premio Internacional de Narrativa «Ciudad de la Cruz», entre otros.
Me he dedicado a la enseñanza de la literatura en distintos niveles y he impartido análisis de texto y género de opinión para periodistas, muchos de los cuales están en ejercicio profesional y les sigo con interés.
Viajero por naturaleza, prefiero pasar desapercibido para observar: mis historias nacen de ese detalle que surge por azar y se convierte en revelación.
En este blog comparto relatos inéditos, fragmentos y reflexiones sobre el oficio de escribir, invitando siempre al diálogo literario con quien quiera asomarse.