
Ricardo va por tercero de cuñado elemental o lo que es lo mismo, lleva tres años casado con mi hermana gemela, tres nochebuenas y otros tantos cumpleaños de mi padres, que tuvieron el tino de cumplir el mismo día, reduciéndome en tres días el suplicio de oírlo sorber.
No solo se aplica con la sopa caliente, también con el agua fría y hasta con el whisky escocés, que, con puntual obsequiosidad, le regalo a mi madre por su onomástica, que mi padre no bebe gota de alcohol.
He de confesar que, siendo como soy una persona pacífica y pacifista, se me atraviesa en oblicuo un torcido impulso de, muy a lo raskolnikov, librar al mundo de los ruidos de mi cuñado, dándole por licenciado antes de tiempo, que ahora duran las carreras tan solo cuatro años.
Lo que me perturbe bastante es el cambio vital producido en mi hermana, puesto que a ambos nos arrebataron la detestable costumbre del modo más conductista posible, cual perros de Paulov: a mamporros. De tal modo nos crearon fobia al sorbido de cualquier tipo, calibre y magnitud que, durante nuestra primera comunión, el cura sorbió el vino de forma tan sonora que mi hermana le lanzó el librito de pastas nacaradas que llevaba entre las manos.
Ha sido hoy, durante la comida, que no he dejado de preguntarle el motivo por el que llevaba diez eternos minutos sorbiendo el ajoblanco que mi madre había preparado con esmero, exigiéndole que, si estaba frío, me detallara el porqué de tan grave irreverencia a los manuales del buen gusto y protocolo en su apartado: buenas costumbres en la mesa.
Su respuesta fue tajante: en todas las películas lo hacen.
Instante más tarde, ante la sorpresa de todos, le he pedido encarecidamente a mi madre que solo prepare comida sólida, puesto que un filete no puede sorberse, si quiere que Ricardo llegue a cuarto de cuñado.
© Liberato 2019
Fotografía: Terroaristas, el Blog del vino https://bit.ly/2sQDZZg



Deja un comentario