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Hansel y Gretel

Hansel y Gretel

Arthur Rackham

 

Cuando la crisis arreció, los hermanos Juan y Gracia envolvieron sus títulos en papel de estraza abrazado por un cordel, y los colocaron entre la ropa ordenada de la maleta.

No habían tenido más remedio que echar mano de los conocimientos que el MBA, pagado cuando el padre cincuentón aún disponía de nómina, les había proporcionado, por lo que decidieron hacer un ERE familiar y adelgazar la estructura a un 50 por ciento, con la finalidad de que el esfuerzo de la madre, que limpiaba oficinas, pasara el test de estrés de llegar a final de mes.

El finiquito e indemnización no superó la cantidad que ambos habían logrado ahorrar tras un año de clases particulares a domicilio. Una sencilla hoja de cálculo, sin tablas dinámicas, les presupuestó dos meses y siete días como plazo para encontrar trabajo, por supuesto descartando Londres, que les hubiera reducido la esperanza de vida a tres semanas y tres días.

Decidieron marchar a Aberdeen, tras un concienzudo estudio de las ofertas de trabajo en el espeso bosque británico, repleto de fieras y alimañas especializadas en despedazar ánimos de prosperidad con sus afilados contratos basura.

No fue nada fácil. El escocés de a pie trastabillaba un inglés espeso que se distancia inmisericorde del C1 conseguido en la academia de idiomas, tampoco había paralelismo entre el domicilio familiar y aquel piso compartido que olía a moho, pescado frito y colonia barata. Para cuando el montante en la cuenta de ahorro de sus carteras se había reducido a la mitad, el trabajo llamó a la puerta de sus habitaciones en forma de barman de pub y asistenta en uno de los hoteles ibis de la ciudad.

Alguien contactó con ellos desde España. Juan no llegó a entender el motivo de la llamada, y fue Gracia quien, tras escuchar a la amable chica de producción de un programa de televisión interesado recoger la opinión de españoles «exiliados» desde el otro lado del Hades, respondió con contundencia un para nada amable «Que os den por el culo».

Decía alguien que los sustos vienen siempre en dueto, por aquello de que uno solo se pierde por el camino.

Para cuando Gracia había conocido a Luciano, un italiano que acababa de aterrizar en el restaurante del hotel, y Juan había comenzado a perseguir, bobalicón, a una escocesa mofletuda y sonrosada que le sacaba la ternura a golpe de haggis aderezado con una buena Red Ale, la bruja encorvada con nariz afilada de Downing Street 10 ofreció a los británicos la golosina envenenada del Brexit.

Juan y Gracia se miraron entumecidos por la humedad escocesa, y recordaron, encaramados en su particular cuerda floja, que habían olvidado dejar piedras blancas que les recordaran el camino de regreso a casa.

 

Liberato ©2017

Ilustración principal: Arthur Rackham

Ilustración destacada: Ludwig Richter

 

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Soy Liberato Antonio Pérez Marín

Granada, 1964.
Como autor, firmé la novela Erres —finalista del Premio Nadal 2019— bajo el seudónimo Tomás Marín, en honor a mi abuelo materno. He sido finalista del Max Aub y ganador del V Premio Internacional de Narrativa «Ciudad de la Cruz», entre otros.
Me he dedicado a la enseñanza de la literatura en distintos niveles y he impartido análisis de texto y género de opinión para periodistas, muchos de los cuales están en ejercicio profesional y les sigo con interés.
Viajero por naturaleza, prefiero pasar desapercibido para observar: mis historias nacen de ese detalle que surge por azar y se convierte en revelación.
En este blog comparto relatos inéditos, fragmentos y reflexiones sobre el oficio de escribir, invitando siempre al diálogo literario con quien quiera asomarse.