Mariano, el largo.

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A Mariano le suben las calenturas cada vez que a la gente le da por repetir la misma expresión, bien por moda, bien por imbecilidad.

Ya decía Wittgenstein que los límites de mi lenguaje son los límites de mi pensamiento, por esa razón a Mariano le parece dudoso que algunos periodistas tengan más cantidad de conocimientos que los aprendidos de las recetas urgentes anotadas entre café y café.

A Mariano ya le ocurrió con aquello de «con la que está cayendo», que mira que el castellano es una lengua rica; que se lo digan a él que ha dedicado más de cuarenta años a enseñar lengua castellana en un instituto repleto de hormona.

Ahora se le ha atragantado esto del «sorpasso».

¿A qué vendrá eso de traerse del italiano la dichosa palabra? ¿No es mejor hablar de adelantamiento, anticipo, evolución, mejora, perfeccionamiento, progresión, progreso? O mira, si quieren sensacionalismo: golpe de efecto, delantera, empujón, anteponer, rebasar, aventajar, rezagar, pasar por encima… no, mejor «sorpasso»…

Al pobre Mariano se le han ido revolviendo las tripas, que no están para estos sustos, cada vez que escuchaba la palabrita en una y otra cadena la noche de las elecciones, y no una, dos o tres veces sino hasta veinte en menos de un minuto de emisión.

A la mañana siguiente el profesor jubilado ha escuchado a Adelita, la vecina del tercero, decirle a su hijo, que ya está de vacaciones el puñetero, un contundente «estate quieto, Joshua, o te doy un sorpasso que echas los dientes de leche…» y el pobre don Mariano se palpa el retortijón del vientre.

Aunque peor es eso de las líneas rojas de la carga de la Brigada Ligera en Balaclava, o los más cercanos «vencer al adversario» o «azul o rojo», que a Mariano le traen recuerdos de hambre canina y cainita de posguerra española.

Mariano ha decidido que hoy no compra el periódico, prefiere gastar el dinero en un ramito de flores para su señora, que cuando lo vea aparecer por la puerta, sonreirá coqueta y adolescente, inmersa en su niebla carnívora, con la certeza de que tiene un nuevo pretendiente.

 

Liberato  © 2016

 

Foto: Alfred Eisenstaedt: Frank Lloyd Wright at his home and studio, Taliesin East, at Spring Green, Wisconsin, 1956

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Soy Liberato Antonio Pérez Marín

Granada, 1964.
Como autor, firmé la novela Erres —finalista del Premio Nadal 2019— bajo el seudónimo Tomás Marín, en honor a mi abuelo materno. He sido finalista del Max Aub y ganador del V Premio Internacional de Narrativa «Ciudad de la Cruz», entre otros.
Me he dedicado a la enseñanza de la literatura en distintos niveles y he impartido análisis de texto y género de opinión para periodistas, muchos de los cuales están en ejercicio profesional y les sigo con interés.
Viajero por naturaleza, prefiero pasar desapercibido para observar: mis historias nacen de ese detalle que surge por azar y se convierte en revelación.
En este blog comparto relatos inéditos, fragmentos y reflexiones sobre el oficio de escribir, invitando siempre al diálogo literario con quien quiera asomarse.