Enzo y sus procrastinaciones

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Enzo ha decidido ser como su padre, como su tío y como su abuelo: zapatero remendón y más ahora que dicen los mayores que todos compran menos. Si es así y puesto que nadie va descalzo, salvo la vecina del quinto que es hippy, si un zapato se rompe, tiene que haber alguien que lo arregle.

A tres euros el zapato por diez al día, cada día de la semana menos el día del Señor, que para eso mamá hace paella, sale al mes, vamos a ver, setecientos veinte euros, que al año sumarían ocho mil seiscientos cuarenta.

Vamos que con un poco de maña, unos clavos, pegamento y el martillo del abuelo, Enzo tiene claro que saca un capitalito. Para que después venga Giuseppe y se ría diciendo que quiere se maestro. Para cuando lo consiga, Enzo hace el cálculo, sobre trece años, a ver, ya… ciento  doce mil trescientos veinte euros.

Vaya, se dice, con eso me podré comprar una casa o al menos una parte.

Enzo está contento y muy serio va a contarle los planes a su padre.

El hombre ríe, bebe del vaso de vino con el que lo recibe mamá a la vuelta del trabajo y le aclara al pequeño unos cuantos puntos.

Le queda claro que a unos señores que mandan hay que darles una parte porque los médicos son necesarios y hasta los maestros, aunque él preferiría que de este punto se prescindiera, al menos del de lengua que refunfuña mucho y lo castiga más, ¡qué culpa tiene él de que los deberes sean tan aburridos! Lo que le marea es eso de que otros señores de corbata y ábaco te obligan a guardar tu dinero en su casa y después te cobran por tenerlo, pero si se lo pides se enfadan y te cobran. ¿No será mejor no dejarles nada y así ni se enfadan ni te cuesta?

Papá se ríe como nunca lo ha hecho. Al pequeño le parece que más que reír, llora. Pero eso no es posible porque Enzo no le está haciendo cosquillas.

Al final papá le dice que el mundo de los mayores se rige por unas reglas y si alguien ha decidido cambiarlas, al final se ve cambiado él, porque la langosta está riquísima.

¿Qué es una langosta? Le pregunta el pequeño. ¿Y qué tiene que ver esa langosta con que quienes quieren cambiar las reglas al final no lo hagan?

A Enzo le duele la cabeza, porque no tiene edad para entender las reglas de juego en el furgón de cola, de modo que decide abstraerse de la sociedad o algo parecido, porque en la mente de un pequeño de diez años, los conceptos abstractos tienen contornos de colores.

Ve en el rincón de su habitación compartida la bolsa de zapatero remendón que preparó por la mañana, después la libreta de deberes que espera desesperada sobre la mesita de noche, su lugar de trabajo, entonces sin saber muy bien lo que significa procrastinación, se tumba boca arriba en la cama.

Eso sí, le ha quedado muy claro que la langosta es como la gamba que mamá le pone a la paella el día del Señor, solo que mucho más pequeña.

Liberato ©2016

Foto: David Seymour : A little boy apprenticed to an open-air shoomakers’ shop, Naples, Italy, 1948.

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Soy Liberato Antonio Pérez Marín

Granada, 1964.
Como autor, firmé la novela Erres —finalista del Premio Nadal 2019— bajo el seudónimo Tomás Marín, en honor a mi abuelo materno. He sido finalista del Max Aub y ganador del V Premio Internacional de Narrativa «Ciudad de la Cruz», entre otros.
Me he dedicado a la enseñanza de la literatura en distintos niveles y he impartido análisis de texto y género de opinión para periodistas, muchos de los cuales están en ejercicio profesional y les sigo con interés.
Viajero por naturaleza, prefiero pasar desapercibido para observar: mis historias nacen de ese detalle que surge por azar y se convierte en revelación.
En este blog comparto relatos inéditos, fragmentos y reflexiones sobre el oficio de escribir, invitando siempre al diálogo literario con quien quiera asomarse.