El maleficio de la lectura

clase

– Buenos días, niños.

– Buenos días, señorita María.

Los pequeños, agrupados por edades en cada una de las esquinas del aula de integración, clavaron las miradas en el rostro amazapanado de la profesora.

Ésta traía entre sus manos el pequeño ejemplar de lecturas escogidas, similar al que cada uno de los niños y niñas del grupo tenían sobre el pupitre, geométricamente alineados con las fronteras rectas de sus mesas, paralelos al lápiz por el lateral derecho, tal y como mandaba el canon de reglas internas de la clase de sexto, en el sexto piso de la Escuela de Primaria Número Seis, del Sexto Distrito.

– Ahora, niños, con mucho cuidado, vais a abrir vuestro libro por la página 66.

Obedecieron dóciles la orden.

– Martina, no te retrases respecto a tus compañeros, por favor.

La niña, que pajareaba sueños diurnos lejos del aula, volvió a formar en perfecta simbiosis de movimiento de manos con el resto de sus compañeros.

– ¿Ya estamos todos?

Una afirmación de acordes aflautados coreó al unísono.

La profesora decidió comprobarlo  uno a una, una a uno por entre las mesas ordenadas en perfectas cuadrículas romanas. No quería dejar nada al azar. Jamás se perdonaría una nueva negligencia, aunque hubiera, como ocurrió en la última ocasión, motivos más que sobrados para excusarla, al fin y al cabo, Luis siempre fue un niño demasiado creativo, francamente díscolo y, ¿por qué no decirlo?, un punto tarambana.

– ¡Atención, atención!

El aire se espesó en la tensión de los pequeños rostros.

– Yo marco el tiempo.

Una de las niñas, como el corredor que no espera al pistoletazo del juez, comenzó la lectura sin esperar a los demás.

– ¡Lucía ha empezado! – Advirtió un compañero de mesa.

La mujer corrió hacia la niña y cerró de golpe el libro.

– ¿Es que no ves lo que le ocurrió la semana pasada a Luis?

La niña rompió a llorar y entre los hipidos lanzó una mirada asustadiza hacia el fondo del aula, donde el cuerpo rígido de Luis aún clavaba los ojos, perdido, en el infinito.

– ¿Quieres quedar como él?

La profesora enderezó su cuerpo espigado y recordó las normas una vez más.

– Solo leeréis diez minutos, ni más ni menos, solo diez. Pasado ese tiempo yo avisaré para que cerréis el libro de golpe; solo así cumpliremos la normativa estatal de lectura. ¡Niños, niñas! Ya sabéis lo peligroso que es leer. Si sobrepasamos el tiempo aconsejado, nos dejará prisioneros del texto y corremos el riesgo de quedarnos atrapados para siempre entre sus líneas.

– ¿Cómo le pasó a Luis? – Preguntó Cordelia, la niña de trenzas perfectas.

– Como le ocurrió a Luis. – Respondió la profesora.

– Amén. – Dijeron todos a la vez.

 

Liberato © 2016

 

Foto: Robert Doisneau: Le cadran scolaire , París, 1956

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Soy Liberato Antonio Pérez Marín

Granada, 1964.
Como autor, firmé la novela Erres —finalista del Premio Nadal 2019— bajo el seudónimo Tomás Marín, en honor a mi abuelo materno. He sido finalista del Max Aub y ganador del V Premio Internacional de Narrativa «Ciudad de la Cruz», entre otros.
Me he dedicado a la enseñanza de la literatura en distintos niveles y he impartido análisis de texto y género de opinión para periodistas, muchos de los cuales están en ejercicio profesional y les sigo con interés.
Viajero por naturaleza, prefiero pasar desapercibido para observar: mis historias nacen de ese detalle que surge por azar y se convierte en revelación.
En este blog comparto relatos inéditos, fragmentos y reflexiones sobre el oficio de escribir, invitando siempre al diálogo literario con quien quiera asomarse.