A Sami, el frío húmedo le cala el fino chubasquero usado, que heredó el otoño pasado de su hermano. Viste también sus zapatos, su camisa y esos pantalones de franela que tanto le pican.
La cola es larga, como larga es el hambre que le retuerce el estómago. Un vaso de leche aguada con un sola cucharada de azúcar, no le da para todo lo que tiene que correr, saltar y pensar.
Sami no lleva nunca dinero encima, aunque tampoco es que le quede mucho espacio en los bolsillos, ocupados siempre por una gran cantidad de preguntas que, día a día, aumentan de tamaño.
En el recoveco que queda junto a la ingle derecha podemos encontrar la primera de todas: ¿por qué la suerte siempre es para otros? Le sigue una al fondo, donde se forma ese pico siempre lleno de piedrecitas: ¿por qué le mintieron cuando le aseguraron que las oportunidades son para todos? Un poco más acá, justo donde se cae todo cuando te sientas: ¿por qué la miseria llama a la miseria? Aunque la mejor es la que lleva en el bolsillo de atrás, asomando siempre, insistente: ¿por qué es tan difícil que la solidaridad sea sincera?
A Sami le duelen los pies; la culpa la tiene la hora y media de cola, que se le mete por los huesos hasta las rodillas y le muerde con dientecitos de aguja, pero decide echarle la culpa a los zapatos heredados, al fin y al cabo, buscar un culpable le ataja la necesidad de hallar una solución, por otro lado es la mejor manera de estar entretenido hasta llegar al mostrador, donde María le entregará una bolsa de comida para la semana y, si hay suerte, una sonrisa.
Liberato © 2016
Foto: Margaret Bourke-White, Bread lines, the Louisville Flood, 1937




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