Cuando te surge una historia, lo hace sin avisar, casi a traición. En su egocentrismo enfermizo decide, tiránica, marcar tus ritmos hasta que decides escribirla.
Llega la corrección, el repaso, los retoques. Le pides a alguien de confianza que la lea, que te dé su más sincera opinión.
Entonces la dejas en el cajón del escritorio, arropada por las dudas.
Sin embargo ella no se rinde, vuelve a convencerte y la reescribes, una, dos, tres, tantas veces que solo la idea de volver sobre ella, te produce vómitos.
Una vez acabada, tras 227 páginas, te abandona, sencillamente porque ya no le haces falta.
Liberato © 2016
Foto: Robert Doisneau: Jacques Prevert; Desayuno Matutino, 1953




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