La cafetera chupchuteaba café desde la torre escondida bajo la tapa, que derramaba el líquido en dos torrentes humeantes y simétricos.
Miguel la cogió con cuidado. Sentía que el calor le mordía la mano, a pesar del paño que lo protegía.
Vertió el chorro hirviente en la taza que se estremeció en sus entrañas de barro y se partió en varios pedazos.
Miguel se quedó observando el estropicio que se expandía por el mantel de hule, como una isla negra que fagocita todo lo que la rodea.
Adela entró en la habitación. Llevaba en sus manos el lienzo que permanecía inmaculado desde hacía meses, a causa de esa caprichosa inspiración, que salió un día por la puerta a comprar tabaco y no volvió.
-¿Qué ha pasado?
Miguel sonrió.
-Que ya tenemos para vivir un año más, llama al galerista.
Liberato © 2016
Foto: Harold Edgerton: Este es el café de 1933




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