La pequeña Micaela no llega a entender la mente maquiavélica que inventa estas máquinas de tortura tan elaboradas. Nada menos que tres escalones, tres.
Debe de calibrar bien, si no quiere ir al suelo, pero claro, si clava la vista en los pies, el resto del mundo desaparece, pero qué remedio, lo prioritario es solucionar el problema inmediato, lo demás llegará si tiene que llegar.
Una mano aquí, otra acá, ¡le metería el chupete en el ojo a quien ha puesto esto aquí!
A ver, ¿qué decía el Manual de Supervivencia para Bebés, transmitido de boca en boca en el nido del hospital? ¡Ah, sí! Recomendaba paciencia y lentitud a la hora de hacerlo todo, especialmente si se ha ensayado poco. En caso de necesidad, alzar la manita, que ya llegará alguien y en caso de retardo, añadir un lamento o lloro, dependiendo del estado de impaciencia.
Es que Julián, el bebé de la cuna de la esquina, era un sabio.
Todo parece en orden. Es el momento. Alehop, la pierna derecha parece que responde a la orden.
A Micaela le gusta el mundo en diminutivo, como debe de ser, pero está deseando ser mayor, porque, según ha podido observar, ellos no tienen obstáculos que les haga la vida imposible, como le ocurre con esta desagradable escalera.
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