A Marcel no le ha ido bien la mañana.
La frutera, que le pagaba con manzanas su ayuda en la descarga de la mercancía, no ha abierto por enfermedad y la recaudación en el Boulevard Tellene no ha dado más de cinco francos; hubiera sacado más en la Basílica de Notre Dame de la Garde, pero después del altercado con los habituales, que lo echaron a patadas enarbolando los derechos adquiridos de mendicidad, no es cuestión de arriesgar de nuevo la cara.
Había que decidir, comida o cena.
Siempre dijo su madre que no era bueno ir a la cama con el estómago vacío, de modo que aguantaría hasta la noche. Monsieur Mignonette le pondría un plato de caldo y un plátano por cuatro francos cincuenta, le sobraba para el café de la mañana siguiente.
La tarde sudaba el calor de un agosto especialmente áspero.
Marcel extendió unas hojas de periódico y colocó el hatillo a modo de almohadón; se quedó dormido y soñó un sueño que el edificio, que le daba resguardo, dejó que pintara en la pared con brochazos de esperanza en el mañana.
Liberato © 2016
Foto: Brassaï: Tramp, Marseilles, 1935




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