Cuando Antonio abrió el periódico, la noticia le saltó al cuello, traicionera. Sin que esta le dejara tiempo de reacción, le golpeó la cara con la Poética de Aristóteles, estructura ausente de la biblioteca de Baudolino, allá en la corte del emperador Federico I.
Antonio, con el impulso del golpe, cayó de espaldas y embistió el reloj de pared de la marca Foucault, del que se descolgó el péndulo.
Se puso en pie trastabillando y al grito de «te voy a mandar a las isla del día de antes», arrinconó a la noticia de la muerte del maestro Umberto Eco entre dos columnas y un faldón de publicidad.
Con un último esfuerzo, logró cerrar el diario, que acabó retorcido en la papelera.
Aquel día dejó de creer que había quien era inmune al tiempo.
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Foto: Retoque sobre una foto aparecida en Il Corriere de la Sera.




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